miércoles, 27 de mayo de 2015

Editorial: ¡Despierta, Cariño!


Cariño es un pueblo muy joven, tanto que hasta 1988 pertenecía al Concejo de Ortigueira. La segregación supuso un avance palpable para Cariño en cuanto a su desarrollo y su adquisición de valor como concejo independiente. A partir de este momento, el crecimiento demográfico e industrial, el desarrollo y la evolución del pueblo han sido constantes, aunque en la actualidad Cariño no esté pasando por un buen momento debido a la crisis que atraviesa España desde 2008. Diversos problemas económicos han golpeado a las principales fuentes de ingreso como el puerto pesquero o la industria conservera, consiguiendo que muchas familias estén pasando por una mala racha. La crisis se nota en todos los ámbitos. Hace 20 años Cariño era uno de los pueblos más visitados de la comarca del Ortegal. Se llenaba de jóvenes todos los sábados caída la noche; el cine estaba abarrotado los domingos; en verano los turistas llenaban el paseo marítimo y las fiestas... ¡qué fiestas! Otro carácter reinaba en el pueblo, todo el mundo parecía más contento. Parece que la gente tenía más ganas de divertirse y eso se notaba.



Procesión del Carmen, Cariño 2014 / Fernando Regidor


¿Qué nos está pasando? ¿No somos los gallegos, esas personas que montan una fiesta allá donde van? ¿Dónde se ha quedado nuestro espíritu fiestero? Cada verano, al finalizar la época de fiestas patronales nos retiramos ilusionados, deseando que pase un año para acudir de nuevo a la procesión marítima, ver las orquestas que nos gustan o contemplar emocionados a la Danza de Arcos. Pero, ¿es que no hay nada más que se pueda hacer por las fiestas? La Comisión se ha hecho acreedora de nuestros aplausos un año más, lo que falla es nuestra “misión” como cariñeses y cariñesas. No estamos siendo justos con nuestro pueblo.

Es importante exaltar la plausible actuación de la Danza de Arcos, principal manifestación del folklore popular cariñés, pese a la nefasta época que le está tocando vivir. ¿Cómo es posible que el día de San Bartolomé solo se pudiese ver a unos veinte jóvenes bailando nuestra tradicional danza? ¿Qué nos está pasando, Cariño? ¿De verdad seremos capaces de permitir que la danza más característica de nuestro pueblo se pierda por la falta de compromiso con nuestros antecesores? ¿Dejaremos que siglos de tradición se vayan por la borda? ¿Conseguiremos que nuestros abuelos y bisabuelos no sientan el orgullo de ver bailar a sus nietos lo que sus antepasados llevan bailando toda la vida? Encima seremos capaces de “discutir” con otros que nuestra danza es la mejor y la más longeva; pues entonces luchemos por ella para que dure. No dejemos que los más mayores añoren los tiempos en los que pertenecieron a la Danza de Arcos, considerando que era mejor que la actual. No dejemos que sigan pensando que “cualquier tiempo pasado fue mejor”. No dejemos de contribuir a que las tradiciones de nuestro pueblo como la Danza de Arcos sigan adelante y sobrevivan a estos duros tiempos de crisis. Sintámonos cariñeses ahora más que nunca.


Artículo: El género por fin no importa


“Era verano de 1970 y recuerdo que me moría de envidia... Acompañaba a mi madre y a mi abuela a la procesión, a ver a la Virgen del Carmen y a mi hermano mayor danzar. ¿Por qué él sí podía y yo no? No lograba entenderlo. ¿Por el simple hecho de ser mujer? Yo también sentía la necesidad de bailar la danza tradicional que mi abuelo le enseñó a mi padre y este a mi hermano. La danza que llevaban bailando siglos mis antepasados. Yo también quería aprender y dejarme llevar por el ritmo y esos colores. Entonces mi hermano me ayudó y lo preparamos todo. Hasta robamos en la tienda de Justo una peluca de esas que tiene para el carnaval, con intención de devolverla, por supuesto. Lo de la ropa blanca fue cosa fácil. Me vestí de chico y mi hermano me enseñó a bailar como uno más. Recuerdo que a medida que se acercaba el gran día me ponía cada vez más nerviosa... Mi hermano advirtió a los demás chicos de que un primo suyo de Camariñas que conocía los pasos bailaría con ellos este año, aprovechando que en Camariñas también se bailaba esta danza. Esa era yo, el primo de mi hermano, ¡y nadie se enteró! Nadie se dio cuenta. Bailaba igual de bien que ellos, y qué feliz me sentía. Hoy por fin puedo decir que me alegra que las chicas no tengan que renegar de su feminidad para poder bailar y sentirse tan cariñesas como yo me sentí en 1970 aunque fuese disfrazada de hombre.”

Poco a poco nuestra sociedad avanza y los cambios son notorios, aunque sea a largo plazo. En Cariño, un pueblo costero del norte de Galicia se puede observar este cambio en la  historia de la tradicional Danza de Arcos, que aunque visualmente sigue siendo igual que cuando se creó, ha evolucionado. 
Un domingo de abril de 1978, treinta y siete mujeres de Cariño salían a las calles del pueblo a presentar la primera Danza de Arcos femenina. Ahora se permite que las mujeres dancen junto a los hombres sin ningún tipo de distinción.

Danza de Arcos femenina, 1978


En la Danza de Arcos, solo se permitía danzar a los hombres, por tradición. Pero la tradición también puede adecuarse a los nuevos tiempos, evolucionando siempre de forma positiva. Por aquel entonces esto parecía un gran avance, pero duró poco. La Danza de Arcos femenina desapareció a los pocos años de crearse, quizá por dejadez o puede que por falta de conciencia. Eso sí, hoy en día, podemos observar que la Danza de Arcos de Cariño está formada por hombres y mujeres, incluso siendo estas mayoría en algún momento. Es bueno seguir con la tradición siempre que consiga adaptarse a los nuevos tiempos, y en Cariño, esto se ha conseguido.
Marina Regidor


Reportaje: Desde la memoria

”Yo, Uxío Pita, nacido en el Puerto de Cariño en el año 1736 y teniendo ya 70 años, quiero dejar testimonio escrito de cómo, cuándo y por qué nació nuestra Danza de Arcos, la Danza de Arcos de Cariño. Echo mano a la pluma mojada en tinta para, del mejor modo que sepa o pueda, contaros todo lo que sé sobre este baile para quienes queráis leerlo o creerlo. Si la memoria no me falla, creo que corría el año 1762. Tenía yo la edad de veintiséis años; juventud divino tesoro. Recuerdo que Galicia se encontraba sumergida en una guerra contra los portugueses y los ingleses por motivos que ni recuerdo y la verdad, ya no me interesan. De hecho, creo que ninguno de los bandos conocíamos los motivos de dicho enfrentamiento. Pues aquí estábamos nosotros, “mi bando”, en Galicia, sin comerlo ni beberlo luchando con nuestros hermanos y vecinos del sur, quienes apuesto que seguramente tampoco lo comían ni lo bebían. Qué desastre.

En aquellos tiempo de los que estoy hablando, me encontraba con el cargo de Sargento de Cubierta Principal a mis cuestas, embarcado en el Nuestra Señora del Carmen, que por cierto era un barco precioso. Xaquín lo había puesto a punto hacía tan solo dos meses y daba gusto navegar en él. Como iba diciendo, allí estábamos nosotros, mar adentro, con la única misión de avisar si percibíamos movimientos de los buques enemigos, incluso de hundirlos si fuésemos capaces de hacerlo o huir nosotros si veíamos que nuestras vidas estaban en peligro atracando nuestro barco en cualquier puerto vecino que nos permitiese hacerlo.



Las horas se nos pasaban lentas. Ya nos habíamos cansado de jugar a las cartas que Suso dibujaba y las anécdotas que Manuel del Castro nos contaba ya no eran tan graciosas cuando las había repetido por lo menos cinco veces. La tripulación estaba aburrida, cansada y muy desmotivada. Un día de esos que nos encontrábamos en altamar, eché una mirada a lo que había a mi alrededor y me dije a mi mismo: esto no puede seguir así. ¡Vaya estampa! Si supiese dibujar me entenderíais. ¿Y se supone que nosotros teníamos que defender a Galicia de los que la atacaban? Madre mía, qué inquietud. Si los portugueses llegan a aparecer en ese momento... qué iba a ser de nosotros.

Por otro lado pensé que ya habían pasado dos semanas sin que hubiese movimiento por mar. Dos largas e interminables semanas. Con ese sol de julio pegando fuerte en la espalda. Incluso se notaba la falta de brisa y de oleaje; hasta el barco se quedaba fijado al mar sin echar ancla.
Esa era una de las principales causas de mi inquietud: mis hombres. Toda mi tripulación se encontraba abatida pasada la dura mañana de trabajo, cuando el sol cogía un poco de altura en el cielo y llegábamos a la mitad del día. Parecía que les hubiesen pegado con un remo en la cabeza a los pobres. Qué estampa. Xosé de Sismundi se dormía a ratos, toqueaba. Daba un poco de miedo porque sus ojos se tornaban blancos y alguno decía que llevaba dentro al diablo, no sé si por su mal carácter o por el blanco de los ojos. Chente do Cimán estaba gordo y roncaba como un ogro, la parte donde la espalda pierde su nombre se le asomaba y Ramón del Piquete le echaba un trapo por encima para no tener que soportar esa imagen; era un chico muy escrupuloso. En la botavara, en extraño y muy difícil equilibrio, como si de un muerto se tratase, se apoyaba uno todos los días a dar cabezadas que no sé ni quién era. Ya veis más clara la causa de mi desasosiego, ¿verdad? Alguien tenía que coger las riendas y hacer algo al respeto y, por supuesto, yo asumí esa responsabilidad.

Me puse a pensar. Quería cambiar aquella situación y hacer algo que nos aportase algo más que un sueño o una pesadilla. Pensé mientras recorría la cubierta del barco de proa a popa pasando por estribor y babor. Entré en las cabinas y en los camarotes y luego llegué a la cocina. Allí estaba el cocinero, al que le llamábamos Paquiño, supongo que por su altura, quien por supuesto también dormía, como el resto. Ya tenía apartadas las sobras de lo habíamos comido para echarlas a la lumbre. Además, tenía allí apilada a un lado un poco de madera para poder encender el fuego. Recuerdo que había unas tablas cóncavas y finas, con forma de aro, que servían para que el fuego prendiese bien de manera rápida y sencilla.

Sin darme cuenta, absorto en mis pensamientos de qué hacer para salvar la situación, pisé un aro de esos que estaban allí apartados con el pié derecho y de pronto sentí un golpe en la nariz al subir hacia mí la parte opuesta del aro que acababa de pisar. Me acordé de mi hermano, el pobre se había dado un golpe al pisar el rastrillo que deja mi padre al lado del hórreo y vaya topetazo se llevó. Fue tan fuerte el golpe que me di que, con lágrimas de dolor en los ojos, loco de ira y maldiciendo en francés (idioma que había aprendido hace años con un marinero del puerto de Quiberon para este tipo de ocasiones y de este modo no tener problemas con la Santa Inquisición), cogí el aro y lo rompí en dos de un golpe contra la mesa de la cocina. Con todo este ruido desperté al cocinero, Paquiño, que intentando calmarme cogió por el otro extremo medio aro que yo tenía agarrado en una de mis manos diciéndome: “Señor Sargento, tranquilícese hombre. Ahora mismo le traigo un trapo con agua para limpiarse la sangre de la nariz.”
Yo lo miré sin decir ni una palabra y de repente, supongo que motivado por el dolor que sentía en la nariz debido al golpe, tiré del medio aro que estábamos sujetando los dos hacia mí, pero que el cocinero, por miedo, no soltaba.

Di un par de tirones un poco más suaves y repetí. Me fijé en cómo se movía el arco. Recuerdo ese momento perfectamente. Después solté mi extremo y pegué un salto de alegría. Qué cara se le quedó al cocinero. Estoy seguro de que pensaba que el golpe me había dejado medio tonto... De la cocina salí corriendo a hablar con el Segundo de a bordo para pedirle los permisos necesarios y de este modo poner en marcha la idea que se me había ocurrido para levantar el ánimo a toda la tripulación del barco. También para mantenerlos en movimiento, para poder defendernos de los portugueses o de los ingleses si era necesario.

Por suerte, para poder realizar mi idea contábamos en el barco con Andrés, un marinero que además era el típico tamborilero que llevaba su tambor a cuestas fuera a donde fuera. Ya lo veía todo más claro. Volví a la cocina y recogí todos los aros que Paquiño, el cocinero, tenía preparados para poder encender la lumbre. Partí cada aro en dos arcos y después llamé a todos los tripulantes para que nos reuniésemos en la cubierta del barco. Estaban todos un poco desconcertados, pero yo lo veía claramente. A Manolo del Furancho, el Sargento de Proa, lo puse el primero de la fila por dos razones: porque era Sargento y porque era manco del brazo izquierdo hasta el codo. Le di el primer arco y para que los demás hombres no se riesen de su muñón se lo tapé con un precioso chal de color amarillo y azul con flecos, anudado al cuello cayendo sobre el hombro izquierdo en forma de pico. Lo había comprado cuando estuvimos en Vigo para su novia. Los demás hombres portaban cada uno su arco y además cogían el arco del hombre anterior, formándose de este modo una cadena.

La falta de entusiasmo en la tripulación del barco destacaba, por eso fue que para llevar a cabo mi proyecto coloqué al final de la cadena a Brais el Peitudo,que además de ser Sargento de Popa era un hombre con un carácter fuerte y mucho coraje. Al ser el último, no había nadie más que sujetase su arco, por lo que le di un bastón de madera de menos de un metro, que estoy seguro de que aumentó el entusiasmo del resto de la tripulación. Llevábamos puestos los uniformes blancos de faena y comenzamos a caminar por la cubierta del barco con los arcos en alto pero nos dimos cuenta de que para pasar por debajo de la botavara era necesario bajarlos y con el paso de los días aprendimos a hacerlo al unísono, acompañados del ritmo del tambor de Andrés, quien por cierto estaba muy contento y animado de poder dar uso al tambor en altamar. A partir de ese momento, comenzamos a caminar todos los días durante dos horas por la cubierta del barco, que fue lo que dio lugar a los distintos pasos de baile. Cuando el primero se anclaba a un poste y los demás se acercaban en forma circular pasando por debajo de los arcos se formó el caracol. Cuando teníamos que esquivar lo que se encontraba por la cubierta del barco nació el paso de la serpiente, que simulaba además las ondas del mar.

Poco a poco fuimos creando los pasos de esta danza, que hoy en día se baila en la Procesión de la Virgen del Carmen en tierra, quedando incluso más vistosa que en la cubierta del barco. Nos reuníamos todos los días para danzar durante dos horas y de forma natural cada hombre se fue colgando un pañuelo por uno de sus extremos del pantalón. Nos servía para secarnos el sudor de la frente porque durante aquellas horas y en altamar el sol pegaba muy fuerte.

Y entonces ocurrió: la práctica que yo había impuesto y que comenzó como un ejercicio al que los marineros se veían obligados a hacer y que todos odiaban, se acabó convirtiendo en un ejercicio gratificante. Les encantaba danzar por la cubierta y realizar los pasos que habíamos inventado. Puedo afirmar que después de empezar a danzar con los arcos, no había una tripulación más en forma y decidida para el trabajo que la de Nuestra Señora del Carmen. Estábamos ágiles y motivados.






Años más tarde, un día nublado de verano, cuando ya me había jubilado y con más heridas cicatrizadas en el alma que en el cuerpo, les enseñé a los jóvenes de mi pueblo, el Puerto de Cariño, a danzar la Danza de Arcos como nosotros lo hacíamos en la cubierta del barco. Les conté esta historia si cabe con más detalles. Me aseguré de explicarles perfectamente por qué había nacido esta danza y las razones que teníamos para que perdurase, pero sé de buena fe que la memoria es floja, por eso prefiero dejarlo escrito con pluma y tinta en estas sucias hojas de papel.”

Marina Regidor

Viñeta cómica: Humor de tradiciones


Entrevista con Donato Fraguela Castro, director de la Danza de Arcos de Cariño

Acerquémonos a la Danza
Danza de Arcos en el Artal, 1980

-¿Cómo surge la danza y cuáles son los eventos más importantes a los que asiste?
No se conoce con exactitud la fecha de nacimiento de esta danza pero la hipótesis más manejada viene de la segunda mitad del siglo IXX.
La Danza de Arcos está enmarcada en las denominadas Danzas Blancas, por el color de su vestimenta. Nace para acompañar a la patrona de los marineros, Nuestra Señora del Carmen y al patrón del pueblo, San Bartolomé, aunque también asiste a otros eventos.

-¿Fue llevada a otras localidades como Camariñas?
Sí. Hace años hubo gente de Cariño que, por motivos de trabajo tuvo que “emigrar” a otros pueblos y o bien por morriña a la Danza o al pueblo, se formó una allí que se asentó y perdura hasta la actualidad con los pasos idénticos a la de Cariño.

-¿Qué significado tienen la vestimenta y los arcos?
Los arcos son de madera y van adornados con papeles de colores cortados en flecos. La vestimenta es totalmente blanca incluido el calzado. Además, adornamos la ropa con unas cintas de colores en el hombro izquierdo, una banda de color que cruza el pecho de derecha a izquierda y un pañuelo colgando en la cintura derecha. Los que van de guía y de cola llevan un mantón cruzando el pecho de izquierda a derecha y un bastón adornado de la misma forma que los arcos.
El motivo de los adornos no lo sé, pero supongo que, al ser una danza marinera, las cintas en el hombro harán relación a las olas y la banda hará relación a la unión y compañerismo entre la tripulación de un mismo barco. El pañuelo significaría el esfuerzo en el trabajo, es decir, para secarse el sudor y el mantón del guía y del cola, significaría el capitán y el segundo en mando de la embarcación, pero todo esto son suposiciones.

-Actualmente, ¿cualquiera puede unirse a la danza de arcos?
Sí, cualquiera puede unirse a la danza. No hay que cumplir ningún requisito especial. Antes sólo se admitía personal masculino, pero hay que adaptarse a los nuevos tiempos y se admite a personal femenino.

-¿Cuáles son los pasos de baile?
Los pasos que tenemos son: paseo, arcada, caracol con salida en arcada, caracol con salida al revés, serpiente y nudo. Todos estos pasos se combinan con las arcadas que pueden ser: altas, bajas (con los arcos arrastrando por el suelo) y altibajas: alternando unos arcos arriba y otros abajo.

-¿Cómo se consigue mantener esta tradición con el paso del tiempo?
Es bastante complicado debido al “pasotismo” de la juventud del pueblo. Nadie quiere comprometerse, pero gracias a los niños pequeños la vamos manteniendo, ya que entre los más veteranos y los más noveles hay una diferencia de edad de más de 40 años.
Actualmente estamos intentando sacar adelante una Danza de Arcos infantil, que esperamos que pueda hacer su debut el día 25 de agosto.

-¿Contáis con el apoyo de alguna institución?
Hace años pertenecíamos a la Cofradía de Pescadores, que nos subvencionaba zapatillas, ropa, papel, etc. Pero actualmente dependemos de nosotros mismos.

-¿Sólo se baila en verano?
Se baila desde finales de la primavera a finales del verano y solemos acudir a los pueblos que nos llaman. También hemos ido a programas de la Televisión de Galicia como ‘Luar’ o ‘Desde Galicia para el Mundo’. Hace años, la Danza de Arcos juvenil recorrió casi toda Galicia y tuvo actuaciones muy meritorias en Gijón y Avilés.

-Cuéntanos alguna anécdota que os haya ocurrido...
Después de la actuación en el programa ‘Desde Galicia para el Mundo’ fuimos de paseo hasta la Plaza del Obradoiro y viendo la cantidad de gente que había, nos pusimos a bailar y a una de las acompañantes se le ocurrió pasar una gorra pidiendo una ayuda diciendo que era para un compañero que había tenido un accidente. Recaudamos tal cantidad de dinero que nos dio para ir de tapas y vinos toda la tarde por Santiago sin tener que sacar nada del bolsillo.

Marina Regidor